Pet Shop Boys «Elysium»

Con más de 25 años de carrera, Pet Shop Boys publican ‘Elysium’, su undécimo álbum, que ha contado con la colaboración de Andrew Dawson (productor de Kanye West) en Los Angeles. El dúo británico parece atravesar un momento de madurez y suficiencia artística similar, con algunos matices temporales, al que motivó un disco como Behaviour, facturando un álbum de espaldas al mercado, a las tendencias de baile y, lo que es más desconcertante, a los cánones del electropop, en el que se alejan peligrosa y conscientemente tanto de la grandilocuencia envolvente de ‘Fundamental’ (2006), como de la fascinante chispa pop de ‘Yes’ (2009). Si analizamos la personalidad y trayectoria del dúo, sólo un álbum de transición podría justificar semejante renuncia a sus sólidos planteamientos musicales. Avalando esta teoría, basta recordar que el dúo publicó ‘Very’ (1993), su disco más bailable y luminoso, después del tardíamente aclamado ‘Behaviour’ (1990).
Aunque desde las primeras escuchas se constata la escasez de temas memorables, es innegable que algunas canciones siguen manteniendo el alto nivel que se espera de ellos. El intro “Leaving” es un formidable grower en el que la cálida voz de Neil acaba envolviéndote en un ambiente de teclados desoladores, con una lograda letra sobre desamor y ruptura. El atípico primer single “Winner”, condicionado por la oportuna apuesta promocional de Parlophone en plenos juegos olímpicos, se acaba revelando como un emocionante himno cargado de épica en torno al efímero momento de gloria tras el triunfo, entrando por derecho propio en el selecto grupo de las mejores baladas de su carrera. También se acerca a la brillantez habitual la preciosa y emotiva “Memory of the future”, de estribillo soberbio y lacrimógeno (que cubre el hueco sentimental de “The way it used to be” en ‘Yes’), mientras que “Face like that”, que brillaría igualmente en ‘Please’ (1986) o ‘Actually’ (1987), es toda una exhibición melódica, vocal y de percusión, en el que reivindican sus dotes para producir el mejor synthpop de inequívocas raíces ochenteras, para deleite de sus seguidores más fieles.
Sin embargo, y con independencia del valor testimonial de algunas letras, el balance general del álbum resulta más discreto, alejándose de la excelencia de sus mejores momentos, y no resiste la comparación con Behaviour, a pesar de su producción elegante y sofisticada y de la serenidad que lo impregna. Los temores pueden aparecer si, al igual que otros grandes grupos en las postrimerías de su carrera, se confirmase que Pet Shop Boys se hubieran instalado con inédita indolencia en el inquietante limbo de los discos que navegan entre los temas simplemente correctos (desde la lograda nostalgia de la irónica“Your Early Stuff” o los aires sixties de “Give It A Go”) y las baladas insípidas y decepcionantes (“Breathing Space”, “Everything Means Something”), probablemente influenciados por la pomposidad lírica de Take That, a los que telonearon en su Progress Tour de 2011. Asimismo, alguien debería indicarles la conveniencia de desterrar de sus álbumes, aunque sean de transición, las caras b de manual, ya sean baladas soporíferas (“Invisible”) o experimentos extravagantes (la inaceptable “Ego Music”). Curiosamente, aunque a la inversa, la reciente publicación del recopilatorio ‘Format’ vuelve a poner de manifiesto que muchas de sus caras b superan en  calidad e inspiración a algunos temas de sus álbumes.
Tampoco son bien acogidas por su evidente desubicación las composiciones con excesivo aire de musical (“Hold On”, con una bella melodía y mejores arreglos, aunque coros algo cargantes, o la suntuosa despedida con  “Requiem in Denim and Leopardskin”), género que por cierto ya ha explorado entre sus actividades paralelas un grupo tan versátil y prolífico como Pet Shop Boys.